Si
alguna vez consigo
que
me soporte la conciencia,
al
tiempo de colgar los hábitos,
saldré
a la calle
y
tiraré octavillas,
que apunten a
la altura,
para
sembrar un cisma de paz entre palomas.
Despertaré
a los perros
y
los agitaré contra sus amos.
Les
hablaré de lealtad,
buscando
cicatrices en su cuello;
de
la mano que lamen,
a cambio de
unas sobras.
Me
llevaré a los niños
—igual
que aquél flautista—
antes
de que conquisten
el
país de las ratas...
Y
uno de estos días
me
moriré de espera.